lunes, 2 de marzo de 2009

The real me.

Tenía unos dieciséis años pero aparentaba más. Vivía en el barrio de Maravillas, Madrid, pero aún no era el barrio de moda que es hoy en día. Simplemente, o al menos eso le parecía a el, era un barrio popular, con sus amas de casa tirando de los carritos a la vuelta de la compra, sus viajantes visitando a los clientes de toda la vida, los repartidores voceando en las aceras, los claxones chillando y los chiquillos caminando diligentemente hacia el colegio.
Eso era Madrid para el en aquella época: un rectángulo que limitaría al norte con la glorieta de Cuatro Caminos, al oeste con la Puerta de hierro y la carretera de la Coruña, al este con la calle Goya y el Retiro, y al sur, el siempre atractivo sur, con el Paseo de las Acacias y la glorieta de Embajadores. No necesitaba más. Sabia de sobra que la ciudad se extendía mucho más allá en todas direcciones, pero en ese recuadro era donde el se desenvolvía y se sentía arropado por la noble arquitectura que abarcaba desde la época de los austrias hasta el neoclásico más grandilocuente, pasando por la herencia popular de las añejas corralas que aún se mantenían en pie en el bizarro barrio de Lavapies.
En aquel entonces, ya digo, en el ecuador de su no poco problematica adolescencia, coincidió que acabo adoptando la ética y estética de los Rockabilly, tendencia urbana con mucho tirón en su barrio. Como todo adolescente sensible y con la autoestima a medio pelo, no tardó en formar parte de las míticas pandillas que frecuentaban los templos sagrados: el King Creole en la esquina de la Corredera alta y San Vicente Ferrer, el Grease en la calle San Marcos o La Mala Fama en la calle de la Ballesta, de peor fama aún que el bar.
Guardaba la apariencia sin fisuras: el tupé altivo, las patillas recortadas, la mirada siempre alerta, y la altivez y coraje en los encuentros con los mods y skinheads en los bajos de Aurrerá. No era fácil la vida entre los rockers de lo que hoy se llama Malasaña. Pero, pese a que siempre estuvo a la altura, pese a que siempre disfrutó con los acordes de "Cut a cross shortly" y el riff de "Twenty flight rock". Siempre guardó como el más profundo de los secretos, que su disco favorito en aquella época y muchos años después, siempre fue Quadrophenia, de los eternos enemigos, los más odiados, The Who.




Gentileza de Soy del montón
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3 comentarios:

Scout dijo...

Y aun así conservábamos taaaanta inocencia...

Rumbonín dijo...

Y conservamos, espero...

Rumbonín dijo...

Pero si, tienes razón. Eramos muy macarras pero tambien muy alegres y nobles.